Una de Antroplogía casera.

Si alguno espera encontrarse una princesa mora guapísima tras un velo en un sueño de las mil y una noches, que se vaya olvidando. Evidentemente este post tiene de cientifico poco o menos que la mera observación, pero nadie me podrá negar lo que mis ojos han visto.
Todo el mundo sabe a estas alturas que por aquí las mujeres deben ir tapadas, y aunque las occidentales se demelenen y luchen por no cubrirse la cabeza, las féminas locales sólo muestran sus ojos.
Y que ojazos, bien pintados, llamativos, sugerentes... espectaculares, aunque no siempre.
¿Y detrás del velo? Un misterio.
Habrá que recurrir a otras líneas de investigación para ver esa belleza escondida.
Las únicas mujeres que van a cara descubierta son las niñas, hasta que les viene la menstruación, claro. Luego las tapan. Todavía no he conseguido ver alguna niña mona, ni siquiera resultona, y mucho menos riéndose. Así que descartamos la posibilidad de encontrar un bellezón, (los genes dan muchas vueltas y nunca se sabe, así que dejaremos la última afirmación al 95%)
Pero es que no sólo las niñas, es que también los niños. No es que sean feos, es que... bueno, sí son un poco feos para el patrón occidental. Pero no sólo eso. Ayer fuí a una tienda de juguetes con Juan y su familia, y claro los niños de Juan como locos, hacia arriba, hacia abajo, carrera por aquí, carrera por allá. Niños, con las caras felices de ver tanto juguete y flotando en el paraiso. Bueno, pues eran los únicos. El resto de niños de la tienda parecían que no sabían hablar, ni sentir, como si no tuvieran sangre. Y mirando a los niños de Juan con cara de atontados.
No quiero sacar ahora conclusiones, quizás tenga razón destructor y sea asquerosamente tolerante y no me apetezca ahora llamar a las cosas por su nombre, pero las mil y una noches son sólo eso, un cuento.